Sudamérica
Escrito por Aníbal Montoya
La suba desbocada de los precios de los alimentos está hundiendo el poder adquisitivo de las masas trabajadoras en todo el mundo, y amenaza con provocar una hambruna a gran escala en los países más pobres. Es una expresión del nivel de irracionalidad y degeneración al que ha llegado el sistema capitalista al final de la primera década del siglo XXI.
Según el Banco Mundial, los precios de los alimentos básicos subieron un 83% desde el año 2005. Sólo en el 2007 lo hicieron un 48%. El precio del arroz subió un 60% este año, y el del maíz un 35%. El precio del trigo subió un 130% en doce meses. La harina, la leche y la carne subieron un 57% desde fines del 2007.
Los economistas y “especialistas” burgueses tratan de culpar de esto al incremento de la población urbana en países como China e India. Este factor tiene una incidencia, pero no es el más relevante. El factor más importante es la codicia insaciable de los grandes capitalistas.
Los grandes grupos económicos han visto reducirse su esfera de negocios por la depreciación del dólar (haciendo menos rentables sus inversiones en esta moneda), por el estallido de la burbuja inmobiliaria y por los desplomes de la Bolsa, y están destinando ingentes cantidades de dinero a comprar petróleo, cereales y oleaginosas, que revenden apostando a que los precios seguirán subiendo. Se estima que esta actividad especulativa es responsable de un aumento artificial del 25% en el precio del petróleo y de los alimentos básicos.
Esta suba especulativa del precio de los alimentos se potencia a su vez por la suba histórica del precio del petróleo, 115 dólares por barril, que encarece los combustibles y otros productos derivados del petróleo (como algunos fertilizantes agrícolas), e incrementan los precios de la cosecha.
Por otro lado, la producción de combustibles más baratos con base en aceites vegetales (maiz, soja, girasol y caña de azúcar), también refuerza la demanda de estos productos básicos y hace subir todavía más sus precios. La paradoja es que la producción agrícola crece, pero no para alimentar a la población, sino para producir estos biocombustibles. EEUU ya destina a esto el 20% de su cosecha de maíz. Según la asociación norteamericana Food Policy Research Institute la producción de biocombustibles explica entre un 25% y un 33% el aumento de los precios agrícolas (Clarín, 20 abril).
Es falso que no haya alimentos suficientes para satisfacer las necesidades de la población mundial a bajo precio. Gran parte de la tierra cultivable del planeta permanece ociosa. Los avances científicos en producción de semillas, maquinaria moderna, y nuevas técnicas de cultivo, duplican y triplican el rendimiento del suelo. El desarrollo tecnológico actual podría crear verdaderos vergeles en los desiertos. El problema está en quién produce, qué produce y con qué objetivo produce y, particularmente, a quiénes pertenece la tierra y las cadenas agroindustrial y comercial anexas a la producción agropecuaria.
La producción de alimentos no puede ser un negocio privado de un puñado de terratenientes y multinacionales. Los latifundios, monopolios agroindustriales y redes de comercialización deben ser expropiados sin indemnización, y puestos bajo el control democrático de las masas trabajadoras. Esta es la única manera de producir alimentos suficientes para todos, sanos y baratos.
En su hambre voraz por las ganancias, los grandes capitalistas están dispuestos a conducir al planeta y a las masas trabajadoras a la ruina y la desolación. Debemos parar esta locura.
MILITANTE(México)
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