miércoles, 10 de junio de 2009
La situación de la Calse Obrera en Inglaterra de F. Engels
En el libro de La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels a sus 24 años de edad hace un análisis a profundidad del tema incluyendo aspectos que siguen siendo relevantes hoy. Pese al avance en el nivel de vida de la sociedad en la Inglaterra moderna y en el resto del mundo con respecto al siglo XIX, no nos hemos librado de toda clase de afectaciones resultado del sistema depredador de hombres al que estamos sometidos. Desde el nacimiento del capitalismo inició un proceso de pérdida de medios de trabajo, con la fabricación de nuevas tecnologías cada vez más avanzadas, los pequeños productores estaban condenados al fracaso, a renunciar a la competencia contra las grandes maquinarias y sin más opciones ofrecer en el mercado lo único que le quedaba, su fuerza de trabajo, convirtiéndose así en una nueva clase.
Con la invención de las nuevas máquinas de hilar fue posible proveer mucho más hilo que antes, pronto hubo más hilo del que podían tejer los obreros existentes. “La demanda de productos textiles que, ya de por sí, estaba en aumento, se incrementó de nuevo debido a los precios más bajos de estos productos, como consecuencia de la reducción de gastos de producción por el empleo de la nueva máquina. Como resultado, hubo necesidad de emplear a más tejedores y el salario de éstos se elevó. Y, como desde entonces el tejedor podía ganar más consagrándose a su oficio, abandonó lentamente sus ocupaciones agrícolas y se dedicó enteramente a la industria textil. Así es cómo la clase de los tejedores agrícolas desapareció poco a poco completamente, fundiéndose en la nueva clase de aquellos que eran exclusivamente tejedores, que vivían únicamente de su salario, no poseían propiedad, ni siquiera la ilusión de la propiedad que confiere el arriendo de tierras. Se convirtieron por tanto en proletarios (working men).” Los avances continuaban y la migración a las ciudades aumento radicalmente.
Con la venta de su fuerza de trabajo, el obrero está enfrentándose a una nueva situación en la que no tiene la vida asegurada. Su mercancía está sometida a las leyes del mercado, como cualquier otra y por ende puede perder la cosa más preciada, su trabajo, en cualquier momento y este peligro es constante. A diferencia de un esclavo que vende su vida de una vez y para siempre asegurando a la vez su subsistencia, el obrero la vende todos los días sin tener nada seguro. Hoy como hace dos siglos, la clase obrera se enfrenta a una lucha constante por su supervivencia, a ello agregamos las bondades del capitalismo recalcitrante que entre otras cosas afecta severamente a la salud de millones de personas, fundamentalmente de las familias obreras, a consecuencia del desgaste físico y sicológico al que las somete.
Con el desarrollo de la industria, las nuevas ciudades comenzaron a transformarse. El centro principal de la industria textil, Lancashire, se trasformó totalmente. Ahí se duplicó su población en 80 años y surgieron ciudades gigantescas como Liverpool y Manchester. El desarrollo continuaba y se extendía, la industria textil experimentaba constantes innovaciones, pero no era la única, con ella se desarrollo además el “empleo de la fuerza mecánica en la industria, la demanda de máquinas, combustibles, material de transformación redobló la actividad de una multitud de obreros y de oficios. Sólo con el empleo de la máquina de vapor es que se empezó a dar importancia a los inmensos yacimientos carboníferos de Inglaterra (…) y es entonces solamente gracias a la mayor pureza de los materiales disponibles, gracias asimismo al perfeccionamiento de las herramientas, a las nuevas máquinas, y a una división más minuciosa del trabajo, que la fabricación de productos metalúrgicos devino importante en Inglaterra.”
Mientas tanto se abandonó la agricultura. Un gran número de terrenos se hallaban vacantes, y allí se instaló la nueva clase de los hacendados, arrendando la tierra, aumentaron la producción de las tierras con mejores métodos agrícolas y una explotación en escala más grande. Ahora quedarse en el campo implicaba competir con estos grandes productores de modo que los obreros no tenían más opciones que seguir emigrando hacia las ciudades que absorbían mano de obra a bocanadas. Pero todo ello llegó a un límite: junto a la explosión demográfica producto de las buenas condiciones de las que se gozó al inicio de la Revolución Industrial, la mano de obra excedió a la oferta de trabajo y los salarios cayeron, arrastrando a la miseria a masas de obreros y sus familias.
El tremendo desarrollo de las ciudades fue a costa de la constante degradación de la vida de los obreros, siendo ellos los que lo habían posibilitado. Encontrar un trabajo se convierte en una suerte, un “favor que la burguesía hace al obrero”. Sin empleo la perspectiva de morir de hambre llevaba al robo y la delincuencia y esto se convirtió en una salida para miles generando un ambiente de descomposición social. A eso sumamos las pésimas viviendas en que vivían miles de obreros y sus familias. La industria de la construcción, voraz de beneficios, omitía las medidas más básicas de construcción de viviendas adecuadas y salubres, sin ventilación, en la parte más fea de la ciudad, sin pavimentación, muchas de ellas se encontraban a orillas de desagües, en barrancos y zanjas, que representaban un peligro constante. No había un sistema de desagüe, los residuos quedaban en la superficie, muy cerca de las viviendas, creándose focos de infecciones y contaminación del ambiente; las casas de estas zonas no se salvaron del cólera.
Las epidemias se propagaban fácilmente en estas grandes ciudades. Éstas contaban con una población mayor a los 2 millones de habitantes. La mayoría hacinados, familias enteras de siete u ocho miembros vivían en un cuarto de 6 metros cuadrados. En Manchester la cifra se encontraba entre 4 mil y 5 mil hombres y mujeres en esta situación. En muchos casos la cama no era más que los harapos que traían puestos generalmente de algodón y mal adaptados para el clima. Los padres de familia contaban sólo con la ropa de trabajo y en la pieza no había si acaso algún mueble viejo, una mesa, una silla, incompletas por la necesidad de madera para ahuyentar el frío, y constantemente llenas de suciedad. “En la parroquia aristocrática de St. George, Hanover Square, vivían 1465 familias obreras; en total unas 6 mil personas, en las mismas condiciones; y allí también más de dos tercios de las familias apiñadas cada una en una sola pieza”.
En Bristol, de dos mil 800 familias de obreros el 46% no tenía más que una sola habitación. Con miles en las mismas condiciones, no era de extrañar que las epidemias se propagaran rápida y ferozmente. En estas circunstancias no es extraño que lo que queda a la mano se convierta fácilmente en un exceso, como el consumo del alcohol y el sexo.
La mala salud se convierte en un problema social a escala masiva, producto de las pésimas condiciones de existencia. Por todos lados la salud se ve afectada, por los espacios viciados y descompuestos.
Pero esto no es lo único, otro problema que afecta a la salud, es lo que tomaban como alimento. La clase obrera inglesa cobraba los sábados por la tarde, eso significaba que la compra de comida se realizaba por la tarde cuando la clase media ya había arrasado con los mejores productos, por lo que no tenían oportunidad de escoger lo que compraban, además de que generalmente no podían adquirir mejores productos por su elevado costo. De tal forma que lo que consumían era de lo peor en el mercado: vegetales y lácteos en descomposición; estos productos no podían consumirse más allá del siguiente día. Los pequeños comerciantes se aprovechaban de la falta de alternativas para estos obreros, vendiendo productos adulterados, de bajísima calidad y reduciendo las cantidades por el mismo precio. Según informes del Manchester Guardian se vendía mantequilla salada por mantequilla fresca, ya sea cubriéndola con una capa de esta última, ya sea colocando una libra de mantequilla fresca en el mostrador para que el cliente la pruebe. Se mezclaba arroz pulverizado con el azúcar u otros artículos baratos y se vendía a mayor precio, hasta se llegaba a mezclar el café en grano, dándole a la mezcla la forma de granos de café, el cacao se mezclaba con tierra, etc.
La dieta era muy básica, casi sin incluir carne, lo cual se reflejaba en enfermedades que eran cotidianas entre los niños, jóvenes y adultos, como las escrófulas o el raquitismo (enfermedad inglesa, excrecencias nudosas que aparecen en las articulaciones) “…muy extendido asimismo entre los niños de los trabajadores. La osificación es retardada, todo el desarrollo del esqueleto retrasado, y además de las afecciones raquíticas habituales, se comprueba con bastante frecuencia la deformación de las piernas y la escoliosis de la columna vertebral.” Todo ello además de la tisis o el tifus, productos de la mala ventilación, la humedad y el desaseo. En 1837 el tifus atacó aun más agresivamente, el 16.5 por ciento de los enfermos murió. Con cada nueva crisis una epidemia de enfermedades aparecía, esta furia del tifus en 1837 fue un juego de niños como lo escribe Engels comparada con la que siguió a la crisis de 1842. La sexta parte del número total de pobres en toda Escocia fue víctima de esa fiebre.
Los obreros no tienen posibilidad de acudir a un medico, el costo es demasiado elevado y las alternativas que se le ofrecen son generalmente charlatanería que habitualmente resultaban nocivos. “Los obreros ingleses toman ahora sus medicinas patentadas, perjudicándose ellos mismos mientras que los fabricantes se benefician con su dinero. Entre esos remedios, uno de los más peligrosos es un brebaje a base de opiados, en particular de láudano, vendido bajo el nombre de "Cordial de Godfrey". Algunas mujeres que trabajan a domicilio, que cuidan sus niños o los de otras personas, les administran ese brebaje para mantenerlos tranquilos y fortificados, al menos muchos así lo piensan. Desde el nacimiento de los niños, ellas comienzan a usar esos remedios, sin conocer los efectos de ese "fortificante" hasta que los niños mueren debido al mismo. Mientras más se acostumbra el organismo a los efectos del opio, más se aumenta las cantidades administradas. Cuando ya el "Cordial" no hace efecto, también se da algunas veces láudano puro, de 15 a 20 gotas de una vez. (…) [los niños] se vuelven pálidos, apagados, débiles y la mayoría mueren antes de cumplir dos años de edad”. Los medicamentos patentados, como pudimos ver con la influenza en México, sólo beneficia a la burguesía que especula con nuestra salud.
En tiempo de crisis las cosas son todavía peor: “cada crisis barrería sin duda a parte de la población "excedente" que moriría de hambre. Pero como el período más grande de la depresión económica es a pesar de todo muy breve -un año, a lo sumo 2 años ó 2 años y medio-, la mayoría de ellos salva el pellejo a costa de graves privaciones.” Cada crisis provoca una multitud de víctimas, debido a enfermedades.
Incluso la salida que puede encontrar como distracción a su miseria y la falta de educación, daña la salud de los obreros. El consumo excesivo del alcohol hace de su cuerpo debilitado una presa de toda clase de enfermedades y avería su sistema inmunológico. Y la propagación de enfermedades es favorecida por la aglomeración de las tabernas.
En 1839-1840 “Según el informe del registrador general G. Graham, la mortalidad anual en toda Inglaterra y el país de Gales es ligeramente inferior al 21/4 por ciento, es decir, que anualmente muere un hombre de cada 45”. En Manchester moría uno de cada 30, sin embargo “…en Prescott, habitado por mineros del carbón y que, puesto que el trabajo de las minas está lejos de ser sano, se sitúa muy por debajo de las zonas rurales por lo que toca a la higiene. Pero los obreros residen en el campo y la mortalidad se cifra en 1 por 47.54”. Lo cual significa que la afectación más grave de salud se producía entre los obreros de la ciudad, debido a todas las condiciones de vida antes descritas.
Como queda claro, la situación de la clase obrera inglesa era deplorable. Increíblemente a dos siglos la historia sigue siendo así en muchos sitios de África, América Latina y Asia. Las epidemias son un absurdo en pleno siglo XXI, en la era de las computadoras y el micro chips, cuando se habla de la creación de inteligencia artificial. A lado de esos desarrollos suena increíble que la salud de millones de hombres siga siendo mermada debido a falta de condiciones adecuadas para vivir y trabajar.
Pero esa es solamente la situación en la vida cotidiana de las ciudades y fuera de las fábricas. Lo peor aún no se ha dicho, miles de obreros fabriles se ven obligado a trabajar en condiciones inhumanas con la presión moral de ser despedido en cualquier momento, por quedarse dormidos, por no ir al ritmo de las inagotables máquinas, por no aceptar y rendir las más de 12 horas de trabajo, en las que comúnmente se pasan nueve de esas horas sin parar un solo momento. Todo lo relatado por Engels en este libro es aterrador. La situación de los niños, hijos de obreros, engendros de la mala condición física de su madre, habitualmente también trabajadora, y condenado desde antes de su nacimiento a una existencia precaria es traído al mundo débil, expuesto a cualquier enfermedad e incluso ya enfermo. Aún así se ve obligado a trabajar desde muy pequeño para ayudar al sustento de la familia. Los niños son privados del aire fresco, del juego que le permitirá fortalecer sus músculos, y la convivencia que le ayudara a un desarrollo integral. Nada de eso existe para un niño obrero, en cambio se presenta ante él el ambiente viciado y asfixiante de la fábrica, que lo explota por largas jornadas, lo mismo es para el resto de su familia.
Los obreros y obreras, ya sean adultos o niños, ven seriamente afectada su saludo debido a las condiciones de trabajo en la fábrica. Las largas horas de trabajo de pie deforma su columna vertebral, las caderas y las piernas; en los trabajos de afilado de cuchillos, las minas, etcétera. Las partículas metálicas cortantes se introducen en los pulmones para asegurar una muerte prematura: estos trabajadores no viven más de 35 o 45 años. Las mujeres y los niños de la costura y confección, sufren deformaciones en columna y manos, la vista de ve afectada al grado de la ceguera y la tuberculosis es casi inevitable. Se genera un agotamiento considerable de toda la energía física y por ende todo género de males. El ambiente en las fábricas es generalmente caluroso y húmedo, por lo que los obreros llevan poca ropa puesta, sin embargo, al cambio de temperatura al salir, o al entrar una ráfaga de viento fresco causaba resfriados que fácilmente podían complicarse. Los obreros ingleses se veían seriamente afectados por las enfermedades crónicas, de modo que ante una enfermedad ya presente el ambiente de la fábrica y estos cambios de temperatura traen mayores complicaciones.
El ambiente depresivo y el constante estrés también juegan si papel en el debilitamiento del sistema inmunológico, de modo que los obreros ingleses del siglo XVIII tienen una vida raquítica repleta de enfermedades constantes y crónicas, todo ello para asegurarse sólo el sustento mínimo necesario para la vuelta al trabajo al día siguiente. De este modo miles de obreros son absorbidos por el capitalismo para arrojar ganancias a la burguesía. La burguesía no está dispuesta a comprar asientos, a brindar servicio médico, ni a elevar los salarios o mejorar las condiciones de la fábrica: esto se traduciría en menores ganancias para ella. Los obreros ya que ya no pueden dar más de sí son simplemente reemplazados por algunos de esos miles sin empleo. De modo que antes de conservar la mano de obra acuden a su reemplazo.
En este 2009, ante esta crisis económica, las condiciones de trabajo se precarizan cada día más. En cada crisis económica los niveles de vida se desploman, la vida en la fábrica se hace más sombría afectando severamente la salud y el ánimo de los obreros, no podría ser de otro modo. Es gracias a esto que el capitalismo se mantiene en pie y en esta etapa de imperialismo la situación sólo se a extendido fuera de Inglaterra más no a desaparecido y no lo hará hasta que se resuelva la contradicción entre los millones de pobres, productores de riquezas “ajenas”, y la burguesía que basas sus beneficios en la explotación de la clase trabajadora. Por consecuencia los problemas de salud no hallarán soluciones reales sin que se cambie radicalmente de raíz esta sociedad eliminado la propiedad privada capitalista. La revolución hoy más que nunca es posible y necesaria. ¡Socialismo o barbarie!
Escrito por Clara Torres
Publicado en Militante (http://www.militante.org )
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