Marx pensó en su
época que el socialismo estaba al caer; también lo pensó Lenin. Pero en la
realidad el capitalismo ha seguido firme en su desarrollo. Eso implica que bajo
las relaciones de producción capitalista las fuerzas productivas pudieron desde
aquel entonces seguir desarrollándose y lo han hecho de un modo prodigioso. Las
formas del valor y las formas mercantiles se han consolidado y han brotado
algunas nuevas. De ahí que El Capital, que debe pasar como la mejor obra
teórica que analiza las formas de valor y formas mercantiles en general, siga
teniendo total vigencia. Aunque es cierto que hay formas del valor o formar
mercantiles nuevas que no existían en tiempos de Marx y que por consiguiente él
no analizó, como pueden ser los derivados, esto no implica que El Capital haya
quedado obsoleto. Marx nos proporcionó las herramientas teóricas para analizar
las nuevas formas mercantiles. Pensemos en los derivados: se trata básicamente
de asegurarme hoy en precio lo que va a suceder en el futuro. Yo he pactado
comprar harina al precio de 200 euros la tonelada de trigo; si llegada la fecha
de vencimiento del contrato el precio de la tonelada de trigo ha subido a 300
euros, yo seguiré pagando 200 euros. Pero yo puedo vender ese derecho y hacerlo
por 280 euros, por ejemplo, embolsándome así una ganancia especulativa de 80
euros por tonelada. Aquí el derecho de compra se ha transformado en una
mercancía. El capitalismo se caracteriza por convertirlo todo en mercancía.
La forma económico-social de los
derivados merece sin duda un análisis más detallado, pero con lo dicho nos
basta para demostrar que las herramientas proporcionadas por Marx son
suficientes para analizar esas formas económicas. No niego tampoco la necesidad
de estas nuevas formas económicas; lo que cuestiono es el sistema de
apropiación de las ganancias especulativas. Todas las ganancias especulativas
producidas por los efectos ciegos del mercado deben ser propiedad del Estado.
La clave está en el sistema de propiedad y no en las formas económicas.
Cuando hablamos de la
esencia y de la apariencia. Los empiristas y neopositivistas niegan la esencia,
como si se tratara de una cosa oculta,
misteriosa e inaccesible. Para esta corriente filosófica solo existen las
relaciones aparentes, camino que sigue la economía convencional. Esto se debe a
que su método de pensamiento es
metafísico: captar las cosas en las formas de ser y no como procesos.
Los marxistas dogmáticos, por el contrario, solo piensan en términos de esencia
y niegan la importancia de la apariencia. Pero Marx hereda el pensamiento de
Hegel, de manera que considera que la realidad se compone de apariencia y de
esencia, y asume un principio fundamental: la apariencia es la manifestación de
la esencia. Su punto de partida son las relaciones esenciales y estudia después
como se transforman en relaciones aparentes. Basta como ejemplo la sección
primera del libro tercero titulada La transformación de la plusvalía en
ganancia y de la cuota de plusvalía en cuota de ganancia. No obstante, no
siempre el camino en Marx parte de la esencia para llegar a la apariencia, en ocasiones
es al revés: al inicio de El Capital se parte del valor de cambio para llegar
al valor. Pero una vez analizada la naturaleza del valor, la relación esencial,
retorna al análisis de las formas del valor, las relaciones aparentes. Todo el
conjunto conlleva a:
Que Aquellos que
durante las pasadas décadas han estado anunciando la muerte de la clase obrera
y de los movimientos obreros tienden a fijarse únicamente en aquella parte del
proceso de formación de la clase que implica descomposición. Pero si trabajamos
desde la premisa de que las clases obreras mundiales y los movimientos obreros están
constantemente formándose, descomponiéndose y reformándose, entonces tendremos
un poderoso antídoto contra esa tendencia a pronunciarnos prematuramente sobre
la muerte de la clase obrera cada vez que una clase obrera específica se
descompone. La muerte del movimiento obrero ya se pronunció prematuramente a
comienzos del siglo XX, conforme el ascenso de la producción en masa minaba la
fuerza de los obreros-artesanos; y de nuevo se enunció prematuramente a finales
del siglo XX. Al centrarnos en la formación, descomposición y reformación de
las clases obreras, estaremos en condiciones de observar el estallido de nuevas
luchas, tanto de las nuevas clases obreras en formación como de las viejas
clases obreras en descomposición; esto es, las luchas de aquellos que están
experimentando tanto el lado creativo como destructivo del proceso de
acumulación capitalista, respectivamente. Yo he denominado a estas luchas como
protestas obreras Tipo Marx y Tipo Polanqui. Las protestas obreras Tipo Marx
están compuestas por las luchas de las nuevas clases obreras emergentes, que
desafían su estatus de mano de obra barata y dócil. Las protestas obreras Tipo
Polanqui están compuestas por las luchas de las clases obreras ya establecidas,
que defienden sus modos de vida y sustento, incluidas las concesiones que el
capital y el Estado les ha concedido en las previas oleadas de lucha. En el
presente aumento de las luchas podemos ver ambos tipos de protestas: la oleada
de huelgas de la nueva clase obrera migrante en China se correspondería con el
tipo nueva clase obrera en formación y las protestas anti-austeridad en Europa
se corresponderían con el tipo descomposición de las clases obreras ya
establecidas.
El optimismo de Marx
acerca del internacionalismo obrero y el poder transformador de las luchas
proletarias se debía en parte a que los tres tipos de luchas (la de aquellos
que se incorporan al trabajo asalariado en su última fase de expansión
material, la de aquellos que están siendo expulsados como consecuencia de la
última ronda de restructuración, y la de aquellos que el capital no necesita)
se hallaban dentro de los mismos hogares y comunidades obreras. Vivían juntos y
luchaban juntos. Dicho de otra forma, Marx esperaba que las diferencias dentro
de la clase (entre empleados y desempleados, activos y ejército de reserva,
aquellos que tienen capacidad para imponer costosas disrupciones al capital en
los centros de producción y aquellos que sólo tienen capacidad para interrumpir
la paz en las calles) no se solaparan con las diferencias de ciudadanía, raza,
etnicidad o género. Como tales, los obreros que encarnaban los tres diferentes
tipos de conflicto obrero eran una sola clase obrera con un poder y unas
demandas comunes, y con la capacidad de desarrollar una perspectiva
post-capitalista que prometía la emancipación de toda la clase obrera mundial. Históricamente,
no obstante, el capitalismo se ha desarrollado acompañado del colonialismo, el
racismo y el patriarcado, dividiendo a la clase obrera en distintos estatus
(como la ciudadanía, la raza/etnicidad y el género) y embotando su capacidad
para desarrollar una perspectiva emancipadora para la clase en su conjunto. Hoy
hay otras señales que indican que estas
divisiones se están debilitando, si no rompiendo, abriéndose perspectivas a
nivel local, nacional e internacional para unas movilizaciones capaces de
reunir en solidaridad a los protagonistas de los tres tipos de protestas
obreras y de generar proyectos de emancipación transformadora para el siglo
XXI.