lunes, 12 de noviembre de 2007

UN POCO DE MEMORIA HISTÓRICA

La postura de la Iglesia
El problema religioso había llegado a la República definido, para unos y otros, como un problema político. La República vino como una reacción contra la Dictadura y contra la Monarquía, y la Iglesia había sido el más firme sostén de ambas. Era normal que la Jerarquía se sintiera más cercana a una Monarquía dispuesta a conservar sus privilegios que a una República que anunciaba revisarlos. En las municipales del 21 los miembros de la Iglesia vincularon la doctrina católica con el ideario de los partidos monárquicos, se agitó con profusión la amenaza al comunismo por parte de la Jerarquía y los candidatos republicanos fueron presentados a menudo como "vendidos al oro de Moscú".
Pero no fue la República la que inventó en España el anticlericalismo. La conciencia anticlerical fue a menudo fatalmente alimentada por la propia Jerarquía, por sus abusos, por su riqueza, por su sistemática oposición al progreso, por su vinculación a la dictadura. No basta con decir que España se fue haciendo anticlerical sin explicar el porqué. Para poder interpretar las causas de la violencia anticlerical es imprescindible analizar las tomas de postura social, política o cultural que la Jerarquía fue tomando a lo largo de los siglos XIX y XX. Por sus posturas, la Iglesia a 1931 con la animadversión de la mayor parte de los grupos que propiciaron el advenimiento de la República: partidos y sindicatos, clase obrera, mundo intelectual y cultural. Y ante esta situación de hostilidad, con una dramática fatal de visión de lo ocurrido, la Jerarquía respondió con mayor hostilidad. En mayo del 31 el Primado, el cardenal Segura, publica una pastoral sobre la conducta hostil que los católicos deben seguir ante el nuevo Régimen. El 14 de junio se acompaña hasta la frontera. Le sustituirá como primado de España y obispo de Toledo el belicoso y franquista cadernal Gomá.
Les sobraban motivos a los republicanos para ser anticlericales, pero les faltó tacto. En los vaivenes del sexenio las relaciones entre República e Iglesia se agriaron por errores y provocaciones de ambos costados. Entre otros, los republicanos cometieron el error político de herir los sentimientos de una población mayoritariamente "católica", al menos en la zona rural. Es preciso hacer una distinción entre Jerarquía y clero rural, pobre, molesto por su situación penosa. Interesa dejar sentada la diferencia porque sobre todo en los primeros mese, al hablar de incomprensión de la Iglesia estamos aludiendo al episcopado más que al clero bajo.
La Jerarquía de la Iglesia tuvo una posición beligerante y con sus declaraciones apoyó sin matices la sublevación militar confiriéndole el carácter sagrado de Cruzada. El P. Alfanso Álvarez Bolado, en Para ganar la guerra, ganar la paz, deja lamentable constancia de su beligerancia. Se trata del más completo estudio de las declaraciones y decisiones de los obispos españoles acerca de la guerra.
Sin esperar la postura del Vaticano, el 1 de septiembre los obispos vascos Múgica y Olaechea publican una Pastoral decididamente a favor del golpe. Paradógicamente poco tiempo después Múgica será desterrado y Olaechea será de los obispos que levanten su voz en contra de las matanzas indiscriminadas en el bando nacional.
A mediados de septiembre Pío XI recibió a 500 españoles presididos por varios obispos diciéndoles que lo España era una verdadera persecución religiosa. Esto abre las compuertas en cascada a una larga serie de Pastorales, a cual más incendiaria, en contra de la República y a favor de los alzados.
Una de las primeras, del 30 de septiembre, fue la de Pla y Daniel, obispo de Salamanca, con el título "Las dos ciudades". En esta Pastoral donde se utiliza por primera vez y se consagar la expresión "Cruzada Santa" aplicada a la guerra. "Los hijos de Caín, fraticidas de sus hermanos, envidiosos de los que hacen un culto de la virtud y por ello los asesinan y martirizan. Por lo cual la guerra contra ellos es justa y la Iglesia no ha de ser recriminada si el ejército "se ha abierta y oficialmente pronunciado a favor del orden contra la anarquía, a favor de la implantación de un gobierno jeráquico contra el disolvente comunismo, a favor de la defensa de la civilización cristiana y sus fundamentos...".
Pero Franco necesitaba una declaración más solemne, firmada por todos los obispos, que avalara su gestión ante la creciente polémica generada en el seno del catolicismo internacional. Ésta fue la Carta colectiva de los Obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la Guerra de España, firmada el 1 de julio de 1937, por la que se confirmó el apoyo definitivo de la Jerarquía de la Iglesia española al bando franquista. Suscrita por 43 obispos y 5 vicarios capitulares, no contó sin embargo con la firma ni del obispo de Vitoria Mateo Múgica, quien alegó a las circunstancias de su exilio para no rubricarla, ni del arzobispo de Tarragona, Vidal y Barraquer. Impresa en francés, italiano e inglés, decalraba a la opinión pública internacional que siendo la Iglesia española "víctima inocente, pacífica, indefensa" de la guerra, apoyaba la causa del bando garante de "los principios fundamentales de la sociedad" que había provocado la revolución "antiespañola" y "anticristiana! y que llevaba "asesinados a más de 300.000 seglares".
Finalmente el 1 de abril de 1939 Pío XII felicita a Franco por la victoria y el 17 de abril publica la encíclica "Con inmenso gozo" sobre la terminación de la guerra.
Probablemente el aspecto más siniestro de la implicación de la Iglesia con el golpe fue la pastoral de cárceles y de los condenados a muerte. En la citada Carta colectiva (nº6) los obispos dicen tener el consuelo de poder decir que "al morir sancionados por la Ley, en su inmensa mayoría nuestros comunistas se han reconciliado con el Dios de sus padres. En Mallorca ha muerto impentinentes sólo un 2 por ciento, en las regiones del sur no más de un 20 por ciento. Es una prueba del engaño de que ha sido víctima nuestro pueblo". Nuestros obispos se sentían satisfechos de poder decir: "Sólo un 10 por ciento de estos amados hijos nuestros han rehusado los santos sacramentos antes de ser fusilados por nuestros buenos oficiales", en palabras del Obispo Miralles de Mallorca.
"El personaje que las circunstancias me obligan a llamar Su Excelencia el Obispo de Mallorca" (Dr. Miralles), dice Bernanos, había delegado en uno de sus sacerdotes que, con los zapatos bañados de sangre, distribuía absoluciones cada dos descargas a los doscientos sospechosos por los fascistas y llevados en bloques a la tapia del cementerio para ser fusilados".
En Mallorca se prohibió llevar luto a los familiares. En la conversación que Jose Mª Pemán tuvo con el General Cabanelloas, al final Pemán se queja de la represión exagerada en la zona nacional. "Mi general... logre que le den la lista de los ejecutados del bando nacional, para esa triste pero no dudo que precisa función de ejemplaridad. Confronte usted las dos listas. puedo asegurale que usted llegará a la convicción de que la finalidad del escarmiento hubiera sido suficientemente cumplida con sólo un cinco o un cuatro por ciento de la lista.
Terminada la guerra, en abril de 1939, Franco recibió la "espada de la Victoria" de manos de Gomá, mientras pronunciaba unas palabras en las que se describió a sus adversarios como los "enemigos de la Verdad" religiosa. En toda España se multiplicaron los actos religiosos y ceremonias fúnebres en memoria de las víctimas. Los entierros de "mártires" fueron celebrados por todo el país en actos de gran solemnidad y exaltación. Franco recompensó el apoyo y soporte que recibió de la Iglesia Católica concediendole una situación de privilegio que ha sido denominada como "nacionalcatolicismo"
Jaume Botey, Memoria histórica, asesinatos y beatificación. El Viejo Topo, noviembre 2007

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