martes, 10 de febrero de 2009

CONTRADICCIONES DEL CAPITALISMO: ¿SE PODRÁ SALVAR LA GLOBALIZACIÓN?


Que el capitalismo como modo de producción lleva en su seno fuertes contradicciones es algo sabido desde hace mucho tiempo. Que hemos vivido durante las últimas décadas como si tales contradicciones no se dieran, es algo de lo que muchos se están enterando a fuerza de vernos sumidos en una crisis económica de la que aún no conocemos cuándo y cómo tocará fondo. Y que se quiere salir de la crisis sin abordar de frente esas contradicciones es algo que algunos nos tememos, por ser el camino más corto hacia el fracaso que confirmará la impotencia de las propuestas que se queden en mera expresión de una voluntad desiderativa. Un pensamiento que tiende a confundir los deseos con la realidad no es el mejor aliado en estos momentos, ni por el lado de medidas epidérmicas que no atajarán problemas de fondo del capitalismo global, ni por el otro extremo de proclamas ingenuamente rupturistas que parecen tocar el otro mundo posible como para saltar a él de inmediato.

Si se quiere dar verdadero sentido a la fórmula que en estos tiempos ha circulado diciendo que es “la hora de la política” habrá que poner verdadero empeño y buenas dosis de lucidez analítica para que sea ciertamente así. Será la hora de la política si desde ésta somos capaces de tomar las riendas de los acontecimientos, es decir, de salir de la posición subalterna a la que ha sido relegada la política por la dinámica económica del capitalismo financiero que se ha impuesto en el mercado global.

Cuando se ha desinflado la inmensa burbuja que ese capitalismo bien llamado “de casino” ha construido con su engañosa ingeniería financiera, en tanto que gran máquina para fabricar dinero (capital) a base de generar activos sobre activos con una base cada vez más endeble hasta contaminarlos por el virus de una precariedad crediticia insostenible (“activos tóxicos”), entonces se ha vuelto la vista hacia la política, para que los Estados acudan a socorrer a un mercado en trance de hundimiento. Las inyecciones financieras necesarias para salvar al gran Titanic del capitalismo global –las cuales no parece que vayan a evitar los naufragios individuales de todos los que se ven empobrecidos por pérdida del empleo o arrojados a la marginalidad-, si se quedan sólo en eso no permitirán sacar todas las conclusiones que habría que extraer del fracaso del modelo neoliberal.

Ya comentamos que los adalides de éste no tienen empacho en incurrir en contradicción para atar los cabos económicos y volver a las andadas de la acumulación de beneficios. Si esa contradicción no se hace saltar con la crítica y la acción política eficaz, nos encontraremos con que estaremos verificando la diagnosis marxiana de que “el poder público viene a ser el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”, es decir, de la oligarquía que domina las finanzas mundiales, dicho actualizadamente.

Al tratar de poner la política en primer plano no deja de aparecer otra contradicción, propia de nuestra época de globalización: la crisis económica es global y los Estados desde donde le hacemos frente son nacionales. Es en ese desfase donde las soluciones keynesianas encuentran el punto débil que antes señalábamos, que es el que se quiere sobrepasar con acuerdos internacionales. Las dificultades al respecto son muchas, pues tales acuerdos son lentos en fraguar, son de mínimos y no comprometen a todos por igual, amén de plantearse por ahora bajo sutiles dogmas neoliberales que no se han abandonado del todo.

Sin necesidad de esperar a ver qué puede salir de las nuevas reuniones del “G 20+X”, tenemos de inmediato la experiencia de la UE, con enormes dificultades para respuestas conjuntas. Se hace presente el precio de la paradoja política de un Banco Europeo con amplios poderes, sin un poder político de análoga fuerza. La pauta la ha acabado marcando un Reino Unido que no comparte el euro, y quien marca la pauta del euro, Alemania, hace valer sus reticencias respecto a acuerdos por no verse como pagana del futuro déficit.

Si retomamos la pretensión de que la hora de la política sea la de la socialdemocracia, ¿cómo llevar adelante una política socialdemócrata que no se limite a mantener ciertas políticas sociales irrenunciables, sino que además asuma una política económica que se pueda considerar propia de una socialdemocracia renovada? Si eso no se logra, se estaría prorrogando un enfoque meramente socioliberal: políticas sociales que se inclinan según determinado sesgo –hacia prestaciones sociales sin servicios públicos- que se tratan de mantener desde planteamientos económicos neoliberales. Si esa contradicción no se resuelve, al final las políticas sociales acaban siendo engullidas por la economía neoliberal.

Si pasamos de la economía financiera a esa que llamamos economía real hay que estar igualmente atentos a la correlación producción-consumo. Sumidos ya en una etapa de recesión, el objetivo es reactivar la economía productiva. No obstante, el reto político se sitúa en hacerlo de manera suficientemente razonable como para no volver hacia un consumismo compulsivo –el “hiperconsumo” analizado por Lipovetsky, por ejemplo, en La felicidad paradójica- que es inconteniblemente depredador. Es decir, si queremos salir de la crisis con un nuevo modelo productivo no podemos dejar de plantearnos un nuevo modelo de consumo, lo cual tiene que ver con ir efectivamente hacia un nuevo paradigma en el que el desarrollo no esté basado ya en las pautas de crecimiento hasta ahora vigentes.

Cómo alentar un consumo razonable que sea parte de un desarrollo sostenible es clave fundamental para salir de la contradicción entre economía y ecología en la que hemos estado situados. Eso significa que si hay que consumir, el estímulo económico para ello no puede consistir en incentivos para una demanda indefinida. También en este punto la herencia keynesiana debe ser corregida desde una clara conciencia de los límites. El consumo no puede seguir como hasta ahora, pues no hay energía, suelo, aire y materias primas suficientes para mantenerlos, por no hablar de capacidad para almacenamiento y tratamiento de residuos. ¿Cómo, entonces, abordar la crisis de la construcción sin ir a parar a nuevas e injustificables realidades de urbanismo salvaje? Tal es una de las preguntas que en los hechos hemos de responder, particularmente en España, de manera análoga a la que se plantea respecto a cómo reimpulsar el sector automovilístico sin incrementar desmesuradamente un uso del coche privado que colisiona con los intentos de potenciar el transporte público.

La contradicción entre economía y ecología es la que aparece en una nueva versión cuando los países conocidos como emergentes salen a la escena económica del mercado mundial con bríos otrora impensables. Cuando China e India se disponen, por ejemplo, a incrementar su consumo de petróleo acercándose al promedio de otros países desarrollados, entonces éstos se dan cuenta de la dificultad de que los habitantes de economías emergentes empiecen a disponer de coches de manera masiva. ¿Qué hacemos con el propósito de disminuir los índices de CO2? Si hablamos del consumo de carne al que acceden las nuevas clases medias de los emergentes, entonces eso también repercute en el precio de los cereales por ser necesarios en más cantidad para alimento de ganado, con lo cual se genera otro factor que incide en la crisis alimentaria.

Se hace patente que medidas en las que desde Occidente se insiste para frenar el deterioro medioambiental, siendo necesarias, son sumamente hipócritas y bastante egoístas en el modo de plantearse: no sólo no se comparten costes, sino que se pretende que los países emergentes se sometan sin contrapartidas a esa disciplina ecológica que no se dio en lo que fue el desarrollo anterior de los países industrializados.

Las contradicciones generadas por la economía capitalista invaden las relaciones sociales. Así ha venido siendo desde mucho tiempo atrás. Ahora se presentan en nuevas variantes. La economía capitalista de los países desarrollados ha necesitado en las últimas décadas una mano de obra abundante, flexible y barata, y ha recurrido a la inmigración para cubrir esa necesidad. La contradicción sufrida por muchos inmigrantes cuando a su inserción en un mercado de trabajo no le ha acompañado la debida inclusión democrática en las sociedades a las que llegaron, es la que puede verse ahora acentuada cuando también sobre ellos recae de forma más dura el desempleo. Si las trampas de un populismo xenófobo llevan a distinguir entre autóctonos e inmigrantes a la hora de luchar contra el paro, tal contradicción no hará sino agravarse de la mano de una discriminación que repercutirá, por otra parte, en un decremento de la calidad ética de sociedades que se dicen democráticas.

El vivir inmersos en contradicciones acaba provocando, si no se reacciona frente a ellas, que se vea anulada la capacidad crítica y a veces hasta endurecido el corazón. Ocurre en medio de las contradicciones económicas, de las contradicciones sociales y también de las contradicciones culturales que el mismo capitalismo alienta. Podemos recordar aquella obra del sociólogo Daniel Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo, que no dejaba de ser muy penetrante por más que su autor se situara en el marco de un liberalismo conservador. Ahí estaba su análisis acerca de cómo el potencial productivo del capitalismo podía verse erosionado por un “espíritu”, ya muy alejado del talante ascético que detectó Max Weber en los comienzos del capitalismo industrial, caracterizado ahora por el hedonismo sin trabas de una cultura consumista.

Mas atendiendo a cuestiones que han aflorado al hilo de la actual crisis es obligado reparar en las alusiones que ha habido por parte de economistas muy cualificados al exceso de codicia por parte de insaciables especuladores financieros que han llevado la economía al crash que ha puesto en peligro el sistema bancario y, tras él, las estructuras productivas de un mundo en el que ya todo afecta a todos. Que se hable de codicia desmesurada no es para extrañarse, aunque no deja de sorprender que lo digan quienes hasta hace poco nunca hubieran hecho tal referencia a un móvil que consideraban motor del mercado.

La contradicción cultural, ética si se quiere, que aflora al hilo de la crisis se pone de manifiesto cuando se apela a la necesidad de recuperar la confianza para que el mercado, empezando por el sistema bancario, vuelva a funcionar: ¿hasta dónde se recuperará la confianza sin haber cambiado el motor de la codicia? Sería ingenuo pensar que va a dejar de operar la mencionada codicia por el hecho de que haya sido señalada como causa de la crisis desde denuncias que no han pasado de reproches moralistas. Vale respecto a tales reproches la crítica que Marx, en La miseria de la filosofía, dedicó a Proudhon por su Filosofía de la miseria, donde éste criticaba el capitalismo considerando a los capitalistas como ladrones. Aparte de que hubiera quien robara muy sofisticadamente –como ahora-, la cuestión se situaba en la explotación estructuralmente organizada para la enajenación de la plusvalía. Por ello, con la sola reprobación moral no se transformaba una situación generada y mantenida estructuralmente. De ahí la necesidad de una crítica de la economía política como la que Marx intentó en El Capital.

Sin crítica de la economía política no enderezaremos hoy la torcida globalización del capitalismo que en nuestro tiempo ha unificado el mundo como gran mercado de mercados pero que, a base de organizar y legitimar estructuralmente la codicia, puede acabar instaurando lo que Mario Benedetti ha llamado en alguno de sus versos “la globalización de los hambrientos”. Ésa es la que no debe darse, y para ello no queda sino aplicarse desde móviles contrarios a la codicia, pero adentrándose por el largo camino del análisis paciente y de la crítica penetrante, de la organización de las resistencias y de la participación democrática en las instituciones, en definitiva de la acción política verdaderamente transformadora.

JOSE ANTONIO PÉREZ TAPIAS.
Coordinador Federal de IZQUIERDA SOCIALISTA-PSOE
Parlamentario Socialista por Granada.

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